Un otoño más, el placer de ver
las hojas de la parra caer. Enormes planchas naranjas sobre la tierra, un
colchón de vida que ya no está. Me despierto sobre la suave almohada de plumas,
antigua en su reposar en aquella cama de hierro chillón. El sol tranquilo de
invierno se cuela con fuerza por las cortinas pesadas, rojas y oscuras. Muevo
mis pies dentro de sábanas blancas, perfumadas y limpias, planchadas la noche
anterior, así pudiera sentirlas calentitas. Escucho la radio, algún tango a lo
lejos, el informativo matutino, alguna voz masculina dando la hora. No salgo
aún de la cama; el peso de las cobijas, el aroma a antigüedad, me reciben y
contienen. Me levanto, el frío me recorre mi delgado cuerpo pequeño, mis rulos
se crispan. Me cambio, voy al baño, frío, muy frío. Las baldosas se empañan con
el calor de mis pies. Luego, abro la puerta del comedor. Los sonidos se
maximizan. Es como si aquella puerta, siempre lo imaginé, llevara a lugares de
misterio, a la infinidad de descubrimientos que tiene el mundo. Y como si me
esperaran, allí, aparecían los aromas a pan tostado sobre la plancha caliente
de la salamandra, el mate cocido en la taza de metal. Las ventanas abiertas,
alguna cortina recaída sobre el postigo. Entro a la cocina y ahí estás, con el
delantal; un nudo rápido sobre tus caderas. Me ves y me saludas felizmente con
un cálido buen día, tan cálido como las cobijas que me cubrían la noche
anterior, tan cálido que los primeros aires fríos del invierno nunca lograron
enfriar. Me siento cerca de la cocina de leña, la vieja salamandra, y el calor
que emana me hace sentir contenido nuevamente, disipa el frío que siento desde
que me levanté de la cama. Tomo la taza, huele tan rico, le ponés leche, un
poco. Mojo el pan tostado, se siente suave como se desarma en mi boca. Me
preguntás si dormí bien. Te respondo que sí, calentito. Y hoy, justo hoy, que
la necesidad de fijar este recuerdo viene a la mente, me doy cuenta que no
podía ser de otra manera. Y hoy te vinieron a buscar, de noche, en una hermosa
noche. Ellos que ya están en paz, ahora quieren que los acompañes. Y acá me
quedo un tiempo más, con ese recuerdo, fijo en mi corazón, en todos mis
sentidos, que aunque me los quiten, aunque se apaguen algún día, la marca de tu
amor me buscará, me sanará. Gracias, gran mujer de manos fuertes, de mirada
ágil y pacífica. Gracias por el camino andado, el cariño que intercambiamos,
las verdades y los encuentros compartidos. Gracias por ayudarme a sanar.
Gracias por ser mi segunda mamá. Gracias, infinitas, nonna.
Sigo buscando, para seguir aprendiendo, y así no encontrar nada, pero llevarme un montón.
sábado, 17 de marzo de 2018
jueves, 1 de marzo de 2018
Reflexiones de La Existencia Utópica XVI: sujeto posmo
- Prender fuego a
todo no es la solución-
- ¿Por qué no?-
- Después quedan
las cenizas de lo que quemaste, el aspecto es más reducido, pero más feo,
sucio, incómodo que antes, cuando era aquello que te molestaba, que odiabas,
que venía de afuera; porque te creíste que la mierda venía de afuera. –
- ¿Y qué hacés con
tantas preguntas? ¿Con tanto dolor, con tanta bronca? Qué injusto es el mundo.
Todo. La gente, ¡qué individualistas! –
A le decía a B. A
había contado previamente que había tenido un día de mierda. Había empezado
para la raja cuando se quedó dormido e inevitablemente se le atrasó todo. Los
horarios que debía cumplir, parecía que se habían puesto más allá del reloj que
miró cuando despertó. 11.00
a .m. La mañana perdida, la mismísima caca. Luego había
que comer, había que acelerar todo para que alcanzara las 14hs y pudiera
cumplir con el siguiente horario. Pero ya estaba todo mal, ya se sentía una
mierda, vacío, cansado. Se dio media vuelta, enojado, se volvió a dormir. 16hs.
A se había despertado. Debía trabajar. Estaba cansado de vivir solo. Se sentía
solo. Y cuando B le preguntó porqué no invitaba a alguien a vivir con él, A le
planteó la situación de que no cualquiera sería su compañero de habitación,
mucho menos su compañero de cama. Y B pensó que tal vez A estaba siendo algo
pretencioso. Al mismo tiempo B sabía que A tenía razón en un punto.
B le contó acerca
de la novia que había tenido la semana pasada, la cuál le duró no más de un
mes. A le decía que no podía llamarle novia porque eso ni siquiera había sido
una relación. Entonces B le preguntó qué era una relación y A le dijo que se
tomaba las cosas con anticipación, que él siempre adelantaba los hechos y les
llamaba novias luego de haberles hecho el amor unas 3 veces y media. Y B le
había dicho que no, que él les daba su espacio, pero que ellas no buscaban lo
mismo que él, y se frustraba cuando lo ignoraban, después las odiaba y decía
que eran todas putas y lo tildaban de machista. Pero A lo conocía y sabía que
no era así, sólo que B la cagaba cuando actuaba con bronca, cuando se creía
menos, sin abundancia, feo, recontra feo comparado con los papichulos de las
chanchas de fútbol, aunque a A le parecían feos, a él le gustaban los de las
revistas de moda o a veces de los catálogos. B estaba cansado de repetir
patrones, de salir siempre con las mismas chicas, de terminar siempre igual.
A le mencionó que
el fin de semana que le seguía tenía una charla antipatriarcal para deconstruir
la masculinidad en los varones. B le dio su opinión y le dijo que eso le
parecía una huevada. A le preguntó porqué y B le respondió simplemente diciendo
que cada persona es como es y que reivindicar posturas y visibilizar cuestiones
íntimas era no aceptarse como uno es, tal cual siente, como viene al mundo a
cumplir su función. Y A no entendía nada cuando B hablaba de esas cosas de
función en el mundo y el ego y el espíritu. Pero A siempre se sintió cómodo
hablando con B y viceversa.
-
No quiero más sentirme así –
-
¿Así cómo?
- Así, separado, individual. Siento
que constantemente buscamos ser parte de algo que no existe. –
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