¡Volviste, Oruguita!
Llegó ese día.
Hacía calor durante el día, y el coro de grillos cantores ya acostumbraba a
ofrecer su serenata a la luz de una luna que anticipaba el gran evento. Llegó
ese día. Ella volvió. Su amiga, la Oruguita.
El Pequeño
Bichito de Luz anduvo por años y años buscando y encontrando de todo un poco y
de todos un poco también. El camino era largo, y solía involucrarse en tantas y
otras aventuras. Observó y aprendió. También lloró. A veces a solas, a veces
acompañado. Y así transcurrieron casi 10 años. Y, como el Bichito bien sabía,
eso significaba transmutación.
Por momentos,
todo parecía ayer: la mudanza, la despedida, ese “adiós” que resonó fuerte en
las alitas del Bichito, haciéndolas vibrar. Aquella vibración nunca se fue. Sus
alitas siempre estuvieron inquietas, buscando, volando alto. Así también sus
antenas, por sobre todo atentas, que nunca dejaron de recibir información sobre
su amada amiga, que lejos había viajado, emprendiendo su propia aventura.
¡Quién iba a
pensar que sus aventuras volvían a cruzarse! Así fue. En casi 10 años, pasaron
muchas cosas. El Pequeño Bichito de Luz ya no era tan pequeño, aunque seguía
siendo un Bichito de Luz. Pero algo sumamente INCREÍBLE le había sucedido a la
Oruguita. Una verdadera transformación: se había convertido en una Mariposa.
Y así fue que
el Bichito la vio llegar ese día al Valle Encantando. Tenía unas hermosas y
almendradas alas amarillas, que parecían
dos enormes corazones danzando cuando ella entró caminando por la meseta
encantada. Y no estaba sola. El Bichito
de Luz pudo ver que había dos pequeños gusanitos avanzando lentamente a ambos
lados. ¡Pero claro, sus pequeños retoños! Allí estaban, tan hermosos y
pequeños.
- ¿Mamí, ese
sel señol que es tu mejol amigo? – dijo el Gusanito más grande. En un instante,
los ojos del Bichito comenzaron a empañarse. ¿Qué pasaba? No había rocío esa
tarde. ¿Acaso ellos habían crecido con sus historias, aquellas anécdotas en la
Selva? ¿Cómo sabía ese pequeño quién era? “Tu mejol amigo”. La Mariposa miró al
Gusanito y con una gran sonrisa le respondió que sí. Entonces se acercó al
Bichito de Luz y sin decir una palabra, extendió su manito. Y por un instante,
el Bichito vio a su amiga en los ojos de aquel pequeño Gusanito. Y lo entendió
todo. Y recordó esas palabras: “Pero la vida es tan misteriosa, Bichito, y eso
ya lo aprendimos juntos.”
En su mano, el
Gusanito sostenía algo, una especie de cartel doblado en varias partes. El
Bichito lo tomó y abrió el papel que crecía y crecía, tan grande, que tuvo que
estirar sus brazos para leer lo que decía.
¿Quelés sel el padlino de mi helmanito?
Y apareció el
otro Gusanito por detrás de un ala de la Mariposa. Era extrañamente parecido a
una Tortuguita. Se acercó y tomó el extremo inferior del cartel. Lo levantó y
miró al Bichito de Luz, quién lo encontró con su mirada. Aquella sonrisa se
triplicó, y expandió un aspecto oculto en el corazón del Gran Pequeño Bichito
de Luz. Aquel regalo de su amada amiga la Mariposa, la oportunidad de nutrir
con amor a otro ser, un corazoncito que había sido parte de ella, que creció y
crecerá rodeado del más puro amor. Ahora nuevamente juntos, nuevamente cerca.
Continuará…
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